Agosto 25, 2003

Caudati: hominis hic

> Relato

J. PopperLitmajer tenía una edad incierta. Veteranos coleccionistas de oro, treinta o cuarenta años atrás ya hacían negocios con él. Era el mejor proveedor de monedas de oro raras, piezas únicas, versiones acuñadas por capricho y atesoradas por nosotros, caprichosos coleccionistas. Mantenía conmigo la incómoda relación afecto-inquina que promueven las negociaciones prolongadas.

Por Arturo Trinelli

Entró un día en mi oficina con su clásico estilo burlón y arrojó una moneda sobre la mesa, que golpeó maciza en el vidrio. Dudé entre tomarlo o no. Hizo un gesto condescendiente y la levanté en tanto la sopesaba. Tenía unos tres centímetros de diámetro y unos tres milímetros de espesor. En una cara, el dibujo de un hombre con cola y la leyenda Caudati hominis hic (Cuidado: hombres con cola) y en la otra faz la inscripción FRATER ISIS.

- ¿Sabés qué significa? me preguntó con el tuteo irritante.
- Sí, es la figura dibujada por los jesuitas en el primer mapa que se conoce de Tierra del Fuego, y FRATER ISIS es el nombre que se le asignó a Popper en la Logia Masónica.
- ¡Muy bien Luis! muy bien, repitió.
- ¿Cuánto vale? pregunté y me arrepentí al demostrar ansiedad.
- ¿Esta o las cientos o miles que puedo conseguir?

No supe si lo que decía formaba parte de su habitual fanfarronería, pero dije:
- Si hay cientos o miles su valor será menor...

Se incorporó y como si fuera un caparazón, el largo abrigo, que no se había quitado, lo cubrió hasta debajo de las rodillas. Con una expresión de cura párroco tomó la moneda y dijo: - Pensalo, Luis.
- ¿Qué cosa?
- Si la querés o no...

La historia que agregó Litmajer y el tesoro que implicaba se convirtieron en mi obsesión. De a poco, como esos mares que devoran acantilados, me hallé expuesto a los humores de Litmajer. Mi historia anterior desapareció fundida en la ilusión de un nuevo futuro. Así perdía mi familia. Nadie, por más amor que profese, puede condenarse a ser infeliz y, como los sueños tienen un solo punto de vista, los perdí sin remordimientos.

El tiempo se deslizó entre nosotros. Litmajer supo enfermar mi pensamiento con la acción y hoy viajábamos a Rumania y ayer estuvimos en Punta Arenas y la semana próxima en Estados Unidos. Perseguíamos la mentira, el juguete que más divierte a los adultos, la codicia.

También Litmajer me hizo comprender que la oportunidad es un episodio de la voluntad, entonces no me importó más nada. Tampoco que él la administrara: un sol de oro brillaba en mi interior.

Litmajer me encontró en la semipenumbra del bar El Peñasco. Traía en su espalda, a parte de los años, blancos lunares de nieve. Se acomodó en la silla y gritó: - Un coñac, Marcelito... Yo seguí con mi whisqui pálido como el cielo afuera del bar.
- ¿Qué averiguó? le pregunté a boca de jarro.
Se tomó un tiempo para responder: - Se llama Gerardo Gutiérrez, G. G. terminó la frase con cinismo.

Los dos bebimos de nuestros vasos, el día se esfumaba en un paisaje blanco y el mar retumbaba monótono.
- ¿Y la dirección? volví a interrogar.
Me extendió un papel garrapateado por él con el dato.
- Yo ya cumplí, como siempre, bah... dijo y terminó su copa. Deslizó la palma de la mano por los labios y clavó los ojos gélidos de azul en los míos.

Como a un mono que realiza una gracia, le entregué el sobre con el dinero. Lo inspeccionó e hizo desaparecer en un bolsillo del largo abrigo que no se había quitado a pesar de la calefacción.
- Quedate tranquilo, es el bisnieto de Mula Blanca y tiene el libro con la fórmula.
- Puede ser, dije escéptico.
- Todos los datos concuerdan ¿te pagas otra ronda?
Asentí con la cabeza.
- ¡Marcelito! gritó, he hizo girar el dedo índice como un insecto sobre el espacio de la mesa.
- ¿Qué dudas tenés?
- Por un lado, que no sea el bisnieto de Popper, al fin, Mula Blanca pudo haber sido servida por otro hombre. También puede ser que Mula Blanca haya recibido el libro de manos de Popper y no haya sabido que era y...
- Nadie supo que era, interrumpió, - las cosas son simples para la gente simple y nosotros vivimos de complicárselas.

El clima era agradable en el bar, afuera no había un alma. - Me voy, dijo de pronto, - mañana te paso a buscar, no te olvides que tengo comprador para el libro. Salió y lo vi pasar encorvado delante de la ventana. Llamé al mozo y pedí otro whisqui. Litmajer tenía razón, el libro valía por sí solo. Pero ¿era verdad? ¿Popper había descubierto la fórmula? Debía comprobarlo.

En el cuarto de hotel me recosté vestido e imaginé aquellas logias de alquimistas ensimismados en transformar el zinc en oro sin alterar su peso. Lectores de Las Bodas Alquímicas y del Catecismo de Paracelso, capaces de agrandar diamantes y transformar gotas de rocío en rubíes, y entre tanto sueño me quedé dormido.

Me despertó el dolor de cuello y la incomodidad. Por suerte estaba vestido, me lavé la cara y bajé a desayunar ansioso por hallar al señor GG. Litmajer estaba en el comedor.

- ¿Estás listo para ser rico? preguntó a modo de saludo.
Emití un sonido mezcla de repudio, saludo y asentimiento. Litmajer llegaba al tope de su dominio sobre mi voluntad, había aguardado tanto este momento que solo anhelaba llegar al final. Salimos y el sol hería la vista al reflejarse en el paisaje helado.

El taxista nos explicó que no podría dejarnos en el lugar porque se trataba de una urbanización nueva y las calles tenían demasiada pendiente sin pavimentar. Nos aproximó hasta donde pudo y luego indicó cómo continuar.

Oro > ZincComenzamos a trepar. Litmajer iba firme adelante y cada tanto me auxiliaba tendiéndome la mano. Nos enterrábamos en algunos trechos y el abrigo de Litmajer flotaba en la nieve. Las piernas me temblaban por el esfuerzo, tenía la garganta seca y el corazón palpitaba apurado de cansancio. Alcé los ojos y por encima de Litmajer, en medio del camino, estaba la casa de madera montada sobre varios rollos de tronco. Un hombre parado en la puerta, cubierto con un largo camperón, oteaba el infinito. Me di vuelta y en el fondo del paisaje los barcos descansaban en la bahía y parecía que los podía asir con mi mano.

El hombre gritó: - Suban que los estoy esperando.
Miré a Litmajer, se encogió de hombros, y con la meta a la vista redoblamos el esfuerzo. Cuando llegamos a la casa el hombre ya había entrado: una mesa, dos sillas, un catre, cocina, la salamandra encendida... no mucho más albergada aquél hogar.
GG dijo con solemnidad: - Soy el bisnieto de Mula Blanca, una india Ona amancebada por Popper, no sé si él fue mi bisabuelo, Popper solo confió en ella... concluyó y miró a Litmajer. Yo también lo miré en busca de comprender cómo aquel infeliz nos esperaba y noté que Litmajer movía los labios como si rezara.

GG siguió: - La fiebre del oro en la isla duró unos diez años, desde 1885 a 1895. Se extrajeron unas tres toneladas de oro de máxima calidad. Popper sacó una de esas tres, sin embargo, toda su herencia fueron sesenta centavos. GG giró y Litmajer hizo lo mismo, luego se arrodillo al borde de la cama y desapareció un brazo por debajo. Con esfuerzo arrastró un cajón con manija de soga. Lo colocó en medio de los tres y lo abrió: el resplandor de las monedas encandilaba como el sol reflejado en la nieve de afuera.
- Mírelas, tóquelas, insistió GG.
Me arrodillé al lado del cajón como ante un ídolo y hundí mis manos en las monedas.
- También tengo este libro encuadernado en piel de lobo marino, dijo.
Me senté de nuevo y lo abrí, era un ejemplar del manuscrito ATLANTA.
- ¿Y la fórmula? pregunté con vos temblorosa.
- Al final, respondió alguno de los dos.

"No existe fórmula posible que transmute metales viles en oro puro. Teofrasto Bombasto de Hohenheim era un farsante."

"Lo que todos quieren es el oro"

"Con el oro pueden ser lo que no son"

"El oro es la palanca que mueve el mundo"

"Nada mejor que el oro se puede imaginar"

Eso había escrito Popper. Miré a los dos sin comprender. Litmajer alzó con las manos en cuenco un puñado de monedas y las puso ante mi en la mesa. A partir de ese momento todo sucedió en un orden que no puedo precisar: la casa comenzó a prenderse fuego, Litmajer dijo: - Los buscadores de oro somos como el oro, cuanto más nos ponen en el fuego, más limpitos salimos de las brasas...

Los dos hombres se fueron y pude verlos de espaldas, sin los abrigos, abandonar la casa. Arrastraban sendos rabos al tiempo que las monedas viraban del dorado al color gris del zinc y podía leer con claridad Caudati: hominis hic.


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